viernes, 20 de enero de 2012

¿Cómo manejar la muerte con los niños pequeños?

¿Qué hacer con los niños y niñas cuando muere una persona muy querida de la familia? ¿Cómo decírselo? ¿Si decírselo? ¿Si llevarlos al funeral o al entierro? ¿Desde que edad?

Es natural que los adultos quieran evitarles dolor a los más pequeños, que les quieran presentar un mundo donde hay más alegrías que lagrimas, más fiesta que dificultades. Pero justamente quiero iniciar por ahí, porque este mismo pensar refleja la percepción acerca de la vida y de la existencia que tienen esos adultos. La vida no es mala ni buena, las situaciones sencillamente son, nosotros y nuestras creencias sobre la vida, somos los que le damos esta connotación a las circunstancias y las convertimos en problemas.

La enfermedad y la muerte son dos grandes temas en la vida familiar. Posiblemente si comenzamos a mirarlos con mayor naturalidad, nos preocuparíamos menos y nos manejaríamos con menos secretos y misterios. La muerte es parte de la vida, de hecho, vivir es un poco morir cada día, física y emocionalmente. Morir es tener otra forma de vida. Podemos estar muertos en vida y a veces los “vivos” están más muertos que los que han partido.

Para la sobrevivencia de los seres humanos es necesario el apego afectivo a personas importantes, como madre, padre, abuelos o adultos a cargo. Si esto no ocurre no contamos con una base segura, en palabras de John Bowlby, para crecer y desarrollarnos. Indiscutiblemente que esto entra en juego en el momento de la separación física, pues amamos a esa persona y no queremos privarnos de su presencia. Esto es esperable y es la inevitable ausencia la que nos duele. Pero siempre será por un tiempo, luego pasará y nos recuperaremos.

Por otro lado los niños, por su etapa de desarrollo,  entienden el mundo de lo concreto. Esto es, que para comprender lo que ocurre necesitan mirar, escuchar, tocar…es por esto que el aprendizaje está basado en la experiencia de las cosas, desde tocar las superficies para diferenciar si son lisas o corrugadas hasta entender porqué el abuelo estaba ayer y hoy no está.

Si manejamos con misterio y secretos la muerte, no les estamos evitando dolor a los niños, solo les estamos postergando un dolor mayor. No se confíe si no preguntan sobre el tema, pues son tan sabios que descubren en nuestros silencios que “sobre eso, no se puede hablar”, y callan para evitarles dolor a los adultos, pues regularmente ya ellos, muy pronto, confirman sus sospechas de que algo pasó.

Tomando en cuenta estos aspectos antes mencionados veamos algunas pautas muy concretas para el manejo de la situación:

1-    En los casos de enfermedad, continúe llevando a los niños a visitar a la persona enferma, no importa si se ha deteriorado físicamente, recuerde y valore que esta sigue siendo su persona querida.

2-    En estos casos hable de la posibilidad de muerte para que el niño se vaya preparando. Hágalo con un lenguaje sencillo, concreto y sin hacer drama. Hable del cielo como lugar “concreto” y la posibilidad de seguir amando y recordando a esa persona en la familia. Hable en plural.

3-    Luego de la muerte y estando en casa, informe que ya ocurrió, que ya no está, ni estará más. Que irán a un encuentro, actividad o ritual para que toda la familia y los amigos se despidan de la persona. Llámela por su nombre

4-    Llévelos a la funeraria y si hay otros niños en la familia se puede coordinar para llevarlos juntos y así será una experiencia individual y colectiva de amor y colaboración.

5-    No le tema al llanto y a la expresión emocional de los niños, tampoco tenga expectativas acerca de esto. Si lloran permítalo, acompáñelos y acepte su emoción. Si no lo hacen, acéptelo igual. NO TIENE QUE HABLAR NI DAR DISCURSOS, solo permanezca ahí presente de verdad. Un abrazo, una caricia, una mirada, es lo mas asertivo. Si quiere decir algo solo diga “entiendo lo que sientes”.

6-    En caso de muertes accidentales y repentinas, igual y con más razón hágalos participar. Si usted no está en condiciones emocionales para hacerlo, déjese acompañar por un amigo o familiar que le ayude. Sobre todo en estos casos, que las familias más lo evitan, son en los que los niños más necesitan integrarse al funeral y la despedida. Talvez y de acuerdo a las características del niño y la familia podrían decidir no llevarlos al entierro, pero al llegar les explican donde estaban y en unos días van juntos al cementerio. Esto es para evitar al niño la experiencia emocional descontrolada que podría darse en estos casos, lo cual pudiese generarles temor o una imagen de minusvalía con respecto al padre o la madre de acuerdo al caso.

7-    En caso de suicidio, el momento de la muerte talvez no es el adecuado para dar explicaciones y detalles, pues los pequeños pudieran no entenderlo. Más adelante tiene la obligación y responsabilidad como padre o madre de explicarle lo que ocurrió pues es parte de su historia y si no la cuenta, los condena a repetirla. Si el niño o adolescente pregunta antes de abordar el tema, es el momento de decirlo pues es posible que al preguntar, ya lo sepa.

8-    Con respecto a la edad para llevarlos a la funeraria, esto va a depender de las características del niño, pero en general a los 2 años un niño se comunica perfectamente, de manera que esta podría ser la señal. Si es pequeño, solo cárguelo y acompáñelo a vivir la experiencia.

Las despedidas requieren un tiempo para sanar el dolor, pero si luego de un año de la muerte, en la familia persiste la tristeza como principal emoción; algún miembro de la familia se quedó detenido en el tiempo;  las cosas funcionan como si esa persona estuviese presente; han aparecido síntomas físicos o psicológicos, busque ayuda, pues la aceptación y estabilidad emocional de los niños depende de la de los padres.



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