domingo, 8 de enero de 2012

Reyes Magos

Como cada 5 de enero, esa tarde Carlitos y sus tres hermanitos salieron de su casa en busca de una “especie de anzuelo” que para la época se colocaba debajo de la cama. Era la trampa perfecta para que los Reyes Magos, que bajaban el día seis, se vieran obligados a ser una especie de trueque o intercambio.

Así y como todos buenos decoradores armaban un paquete que contenía hierbas, para los camellos, mentas y hasta cigarrillos, de modo que Melchor, Gaspar y Baltasar pudieran dejar regalos hermosos. Esa noche no había que mandarlos a acostar. Terminada la cena la competencia era quien se duerma primero, pues antes de que cante el gallo había que estar de pie.

Y así ocurría. Por ser el mayor, Carlitos era el primero en revisar la “transacción” entre él y sus hermanos y los Reyes Magos que podrían ser la antesala de la “Viejita Belén”, tabla de salvación para los últimos en la lista.

Pena

Casi siempre los obsequios de los Reyes Magos no compensaban las expectativas de los hermanitos que acongojados veían reducir su alegría en medio de la celebración de sus amiguitos que orondos podrían exhibir regalos más suntuosos.

No hubo una sola ocasión en que ese cuadro de tristeza no condoliera a doña Consuelo, que asumía como una responsabilidad propia el desplante de los Reyes Magos. Jamás les confesó lo que para ella era un secreto y siempre mantuvo a los niños con la creencia de que los Reyes Magos eran quienes debían corresponder con sus deseos.

Aún así, y a modo de consolación sentándolos en sus piernas y acariciándolos les decía: “No se preocupen, mis hijos, que vendrán días mejores”, manteniendo vivas las esperanzas que todavía guían a Carlitos y a sus hermanos en el diario batallar de la vida.

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