martes, 24 de enero de 2012

¡Estas niñas no se dejan criar!

Lilliam Fondeur.

¡Estas niñas no se dejan criar¡ ¡Qué vergüenza¡ ¿La madre qué dice?, ¿Quién sabe si tiene madre?, ahora las mujeres están de su cuenta. Con estas frases peyorativas entró la enfermera a quirófano. Me embargó la impotencia, quería taparle la boca con las gasas pero solo atiné a decirle: Alcántara, por favor baja la voz, la niña está despierta. Al oído le susurré: fue  violada por dos sinvergüenzas.

Alcántara redujo su paso. Aquella mujer negra, madura, de más de 60 años y de estos 40 deambulando por los quirófanos se transformó de una acusadora en un ser protector. Se movía intentando no  hacer ruido, como si descubriera que los sonidos de una sala de cirugía molestan al paciente.  Empezó a verla como lo que era, una niña de 13 años.

Antonia llegó a la casa llorando con el uniforme roto y sangrando.  Se tiró en los brazos de su abuela.  Al salir  de la escuela fue arrastrada por dos jóvenes a un callejón, ambos decidieron lavar su sable con ella.  Socorro, la abuela, la cuidaba como la niña de sus ojos.  Su hija partió a Europa en busca de mejor vida. Sin faltar, mandaba el dinero para que sus cuatro hijos estudiaran y no tuvieran que hacer lo mal hecho.  La abuela se ocupaba de la crianza.

Socorro estaba desesperada, la niña prefería quedarse ayudándola en la casa, le aterraba volver a la escuela, no valió llevarla a psicólogo.  Acompañada de su abuela, Antonia llegó a mi consulta dos meses después. Tenía escalofríos y un sangrado abundante. Le había recomendado darle unas pastillas porque la menstruación no le llegaba y podría estar embarazada de uno de esos energúmenos.

Luego de realizar las pruebas confirmamos el aborto en curso.  Sin tocarla, porque parecía que podría romperse, logré convencerla para que entráramos a quirófano. Le prometí que no le iba a doler y que todo el trauma físico desaparecería.

En quirófano no volví a abrír la boca, como si el silencio fuera un respeto al dolor de Antonia. Un respeto a  todas las niñas violadas en nuestro país, a todas las que recurren a un aborto inseguro, a todas las que tienen que cargar con un embarazo producto de una violación.  En Antonia  vi reflejada  miles de niñas que abandonan la escuela por un embarazo, en ella vi a mis hijas, en ella  me vi a mí.

A la enfermera Alcántara le extrañó mi silencio, al salir de la sala con una voz tierna me sugirió: Aprovecha y repárale el himen.



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